miércoles, 22 de marzo de 2023

Historia: "Ecos de Tengri"

 


Ecos de Tengri

Capítulo 1: Bajo un cielo invertido

 

El cielo en 2175 ya no era el mismo que durante los días de gloria de la humanidad. Fragmentos de auroras fantasmales danzaban sobre las ruinas de las grandes ciudades, mientras los vientos magnéticos rugían como espíritus enfurecidos, barriendo las llanuras de un mundo al borde del colapso.

La inversión del campo magnético terrestre había transformado el planeta en un terreno hostil: satélites que habían caído como estrellas fugaces, redes eléctricas fulminadas en segundos, y la tecnología que una vez definió a la humanidad reducida a cenizas y recuerdos. 

En medio de este caos, un pequeño milagro había surgido en el corazón de Asia. Mongolia, con su geografía única y el capricho inexplicable de los vientos magnéticos del Atlántico Sur, se convirtió en un refugio. Las tormentas electromagnéticas, que diezmaban el resto del planeta, se detenían en seco al llegar a las fronteras de esta inacabable región. Bajo esta burbuja protectora, la civilización renació. 

Altan Nur era la "Ciudad Dorada", pero no era visible desde el suelo. Su grandeza estaba enterrada bajo kilómetros de roca y arena, en un entramado subterráneo de cientos de túneles, domos y sistemas de energía que eran alimentados por recursos que aún quedaban en la superficie del planeta. Construida por los descendientes de los antiguos nómadas, la ciudad era un testimonio de resiliencia y adaptación. Su diseño mezclaba la ingeniería avanzada con un profundo respeto por las tradiciones ancestrales. En las paredes de sus cámaras más profundas, murales de jinetes y dioses celestiales se entrelazaban con complejos diagramas tecnológicos, como si la historia y la innovación hubieran llegado a un acuerdo para coexistir en paz. 

En este lugar, donde la memoria de un mundo perdido chocaba con la lucha por construir uno nuevo, surgió una generación de científicos y exploradores que buscaban respuestas tanto en las estrellas como en las profundidades de la Tierra. Altaa era una de ellos. Hija de la tormenta y el silencio, había crecido escuchando las historias de su abuela sobre Tengri, el dios del cielo eterno, mientras en los laboratorios de Altan Nur aprendía sobre la física de los campos electromagnéticos. Su mente vivía entre dos mundos: el pragmatismo de la ciencia y el misterio de los antiguos mitos. 

Cuando llegaron las primeras señales, muchos las ignoraron, descartándolas como ruido de fondo entre las interferencias constantes del caos electromagnético. Pero Altaa no. Las emisiones de radio captadas desde las Dunas de Khongoryn Els tenían patrones, repeticiones, algo que rozaba lo humano y a la vez parecía más allá de lo comprensible. Fue ella quien las decodificó parcialmente, encontrando en medio del zumbido una secuencia que la hizo contener el aliento: un fragmento de lo que parecía ser un mensaje. 

Los "Ecos de Tengri", como comenzaron a llamarlos, resonaban como un susurro del pasado o un eco de un futuro olvidado. Pero cuanto más profundizaban en ellos, más claro se volvía que provenían de algo enterrado en las entrañas de la Tierra. Algo antiguo, enorme y vital. 

Lo que Altaa aún no sabía era que esos ecos serían la llave para salvar lo que quedaba de la humanidad. Y que la historia de Tengri, el dios celeste que gobernaba desde lo alto, estaba a punto de revelarse no como un mito, sino como una advertencia grabada en las profundidades mismas de la Tierra. 

El cielo sobre Altan Nur era una paleta constante de sombras y luces verdosas. Desde que el campo magnético terrestre se había debilitado y las tormentas solares barrieron con todo, los días habían perdido la claridad y el tiempo parecía arrastrarse bajo un manto opaco. La ciudad subterránea había crecido, convirtiéndose en un refugio para lo que quedaba de la humanidad organizada. 

En un pequeño laboratorio de las profundidades, Altaa ajustó el dial de su antiguo receptor de ondas de radio. Su cabello negro, recogido en un moño improvisado, estaba salpicado de polvo de roca, un recordatorio del eterno trabajo de mantenimiento en el subsuelo. Frente a ella, la pantalla chisporroteaba con interferencias. Pero en el caos de estática, Altaa había encontrado nuevamente la frecuencia de las señales. 

—"Ahí está de nuevo"— murmuró, inclinándose hacia el micrófono. 

A su lado, Batu, un ingeniero geotécnico con quien trabajaba desde hacía años, frunció el ceño mientras observaba el monitor. 

—"¿Segura que no es ruido electromagnético? Las tormentas siguen alterando las frecuencias bajas."-

—"No, Batu. Esto es diferente"— insistió Altaa, señalando una línea que aparecía en la pantalla —"Mira estos patrones. Se repite en intervalos exactos. No es natural."- 

Batu pasó una mano por su barba corta sin afeitar, pensativo. 

 

—"Podría ser alguna vieja estación abandonada. Tal vez restos de los satélites que aún sobreviven a las tormentas."- 

—"Lo pensé. Pero ya triangulé la fuente"— dijo Altaa mientras señalaba un mapa holográfico desplegado sobre la mesa. Las coordenadas estaban marcadas en un punto al sur del Desierto de Gobi —"Las señales vienen de las Dunas de Khongoryn Els, no del espacio."- 

Batu arqueó una ceja. 

—"¿El Gobi? Nadie ha ido allí desde antes de la catástrofe. Está demasiado expuesto a las tormentas."- 

—"Exacto. ¿Y por qué alguien instalaría un emisor allí?"— respondió Altaa con un destello en los ojos —"Escucha, Batu. Esto no es casualidad. Hay algo allí abajo. Algo antiguo."- 

La voz de Altaa tembló levemente, como un eco de la mezcla de emoción y miedo que sentía. Los registros históricos mencionaban mitos sobre Shambhala, un reino oculto bajo el suelo de Mongolia, pero hasta ahora había sido solo eso: un mito. Sin embargo, las emisiones contenían fragmentos de lo que parecía un lenguaje antiguo, y algunas secuencias recordaban a algoritmos de comunicación. 

—"¿Estás diciendo que esto tiene que ver con... Shambhala?"— preguntó Batu, casi con incredulidad, mientras su tono intentaba ocultar su escepticismo. 

—"Digo que debemos investigarlo. El campo magnético se está debilitando más rápido de lo que predijeron los modelos. Y justo en este momento aparecen estas señales de la nada. Si hay algo que conecte las señales al estado del núcleo terrestre y al escudo electromagnético de la Tierra... podría explicar por qué se produjo este deterioro. Tal vez incluso podamos estabilizarlo"— contestó Altaa. 

—"¿Y si es una casualidad? ¿Y si las señales no tienen relación con el deterioro del escudo de la Tierra?"— preguntó Batu, con un suspiro. 

Altaa levantó la vista y lo miró fijamente. 

—"¿Qué perdemos? La Tierra ya es una trampa y está condenada. Pero si no hacemos algo, cualquier cosa, estamos condenados."-

En las profundidades de Altan Nur, donde la humanidad había encontrado su último refugio, las leyendas de Shambhala circulaban entre los pasillos como un eco ancestral. Al principio, eran solo cuentos transmitidos por los ancianos, relatos que los sobrevivientes contaban alrededor de las hogueras mientras la civilización se adaptaba a su nueva vida subterránea.

Se decía que Shambhala no era solo un mito, sino un lugar real: un reino oculto bajo las montañas, creado por una civilización antigua que había alcanzado un nivel de sabiduría y conocimiento más allá de lo que la humanidad podía comprender. 

En los archivos históricos, Altaa había encontrado referencias antiguas a Shambhala en textos tibetanos y mongoles. Según los escritos, este reino subterráneo estaba ubicado "en el centro del mundo" y era accesible solo para aquellos que tuvieran el corazón puro y un propósito noble. El lugar era descrito como una ciudad radiante, con torres de cristal y pasajes iluminados por un sol interno. Pero lo que más llamó la atención de Altaa no eran las descripciones de la ciudad, sino los detalles tecnológicos que parecían haber sido escritos mucho antes de que la humanidad siquiera soñara con la electricidad. 

En un manuscrito del siglo XIII, escrito por un monje tibetano llamado Dawa Sengge, Altaa leyó sobre "las máquinas eternas" que mantenían el equilibrio del mundo. Estas máquinas, alimentadas por una energía que emanaba del núcleo de la Tierra, eran capaces de controlar no solo el flujo magnético del planeta, sino también su estabilidad climática. Aunque los textos hablaban en términos simbólicos, mencionaban una "fuente de luz infinita" que algunos interpretaron como una metáfora del conocimiento espiritual, pero que para Altaa y sus colegas científicos les parecía más una referencia directa a tecnología avanzada. 

También había relatos más recientes, escritos por exploradores del siglo XIX como Nicholas Roerich, quien afirmó haber recibido fragmentos de información sobre Shambhala de monjes en las montañas del Himalaya. Roerich había descrito mapas que señalaban lugares clave en Mongolia y el Tíbet como posibles entradas al reino, pero sus informes habían sido descartados como fantasías místicas por la comunidad académica de la época. Ahora, con los mensajes que llegaban desde el subsuelo del Desierto del Gobi, Altaa no podía evitar pensar que esos antiguos exploradores quizás habían estado más cerca de la verdad de lo que nadie había imaginado. 

Una referencia particularmente inquietante provenía de las tradiciones orales de los nómadas mongoles, quienes hablaban de Tengri, el dios del cielo, como el protector de Shambhala. En las leyendas, se decía que los ecos de Tengri resonaban en los momentos más oscuros de la humanidad, llamando a aquellos dignos de encontrar el reino. Las emisiones de radio que Altaa y su equipo habían interceptado se alineaban con esta descripción. Los pulsos rítmicos de los mensajes no eran simples códigos; parecían contener patrones fractales que imitaban las ondas geomagnéticas naturales del planeta. 

Más intrigante aún, los mensajes repetían una serie de números que, al ser descifrados, correspondían a las coordenadas exactas de las Dunas de Khongoryn Els. Esto reforzó la creencia de Altaa de que Shambhala no era un mito, sino un vestigio de una civilización que había encontrado la forma de integrarse con los procesos naturales del planeta, utilizando el núcleo terrestre como su fuente de energía. 

Las historias también hablaban de guardianes, seres diseñados para proteger los secretos de Shambhala de aquellos que buscaran explotarlos. Según las leyendas, los guardianes no eran humanos, sino construcciones vivas, creadas para vigilar el equilibrio entre el mundo de la superficie y el reino subterráneo. Nadie sabía si estas criaturas existían realmente o si eran una metáfora de las pruebas que alguien debía superar para alcanzar la ciudad. Sin embargo, los nómadas decían que el reino aparecía solo cuando el mundo estaba en su punto más bajo, como una última esperanza para restaurar el orden. 

-"¿Y si esos guardianes son sistemas de defensa automatizados?"-, sugirió Altaa una vez a su colega Batu mientras revisaban las frecuencias de radio. -"Máquinas diseñadas para proteger un reactor, esperando a que alguien venga a reactivarlo."- 

Bayu rió entusiasmado, pero su tono era serio. -"¿Y si esas leyendas no son solo cuentos, Altaa? Una expedición para investigar no dañaría a nadie. ¿Y si Shambhala es la clave para reparar todo esto? Tal vez nuestras tradiciones no eran supersticiones después de todo."- 

Altaa no respondió, pero sabía que las historias de Shambhala ya no podían ser ignoradas. Habían demasiadas coincidencias. Las leyendas que alguna vez se habían considerado fantasías ahora podían ser la brújula que guiaría a los investigadores hacia los misterios del núcleo y hacia la última esperanza de la humanidad.

Décadas antes que el mundo colapsara, los científicos ya hablaban de la 'Anomalía del Atlántico Sur', una zona donde el campo magnético terrestre era inexplicablemente débil. Se extendía desde Brasil hasta el sur de África y había desconcertado a los geofísicos durante siglos. Era allí donde los satélites se desorientaban, donde la radiación solar penetraba más profundamente en la atmósfera y donde la fragilidad del escudo magnético de la Tierra era más evidente. Lo que nadie sabía entonces, y solo se comprendió demasiado tarde, era que la anomalía no era un simple capricho geológico, sino una advertencia de lo que estaba por venir. 

En el año 2147, un equipo internacional de geofísicos liderado por el Dr. Caio Mendes de Brasil realizó una expedición para estudiar el núcleo terrestre. Con la colaboración del gobierno ruso, la expedición se trasladó al pozo superprofundo de Kola. Cerca de Noruega y Finlandia, en el raión de Pechenga. Utilizando tecnología de ultrasonido planetario -una innovación de la época-, descubrieron un fenómeno aterrador: una inmensa burbuja de hierro fundido se movía en el núcleo del planeta, y se había posicionado bajo Sudamérica. Esta burbuja, que los científicos llamaron 'Vórtice de Fuego', giraba en dirección opuesta al flujo normal del hierro líquido. Y hacía invertir el campo magnético terrestre.  

El descubrimiento dejó a la comunidad científica en estado de pánico. Las simulaciones computarizadas indicaron que el vórtice estaba generando un desequilibrio en las corrientes de convección del núcleo. Esto no solo debilitaba el campo magnético, sino que también lo desestabilizaba de manera caótica. Algunos científicos intentaron descartar el peligro, sugiriendo que el campo magnético había pasado por inversiones en el pasado, pero lo que no habían considerado era la velocidad del cambio. 

Hacia 2153, el peor temor de los expertos se materializó. El vórtice alcanzó un tamaño crítico y provocó una inversión abrupta del campo magnético terrestre. Durante semanas, los polos magnéticos vagaron sin rumbo, cambiando de posición de manera impredecible. La magnetosfera, que protegía al planeta de los vientos solares, colapsó casi por completo. 

En Sudamérica, la Anomalía del Atlántico Sur se convirtió en el epicentro del desastre. Los cielos de Brasil y Argentina se llenaron de auroras eléctricas, un espectáculo tan hermoso como mortal. Los satélites que orbitaban la región se apagaron en masa, incapaces de soportar la radiación extrema. En la Tierra, los sistemas eléctricos colapsaron. Las redes de comunicación global fueron borradas de un golpe, dejando a las naciones aisladas y en caos.  Los aviones no podían transitar por la anomalía.

La inversión magnética desencadenó una reacción en cadena. Las tormentas solares, que en el pasado habían sido inofensivas gracias al escudo magnético, comenzaron a bombardear el planeta con partículas cargadas. Enormes corrientes de inducción geomagnética derritieron líneas de energía y causaron explosiones en plantas de energía nuclear. Los océanos, expuestos a radiación ultravioleta extrema, experimentaron un aumento en la evaporación, lo que desató tormentas sin precedentes. 

En cuestión de meses, la civilización moderna se derrumbó. Las ciudades tecnológicas más avanzadas, como Tokio, Nueva York y Shanghái, se convirtieron en ruinas de acero y concreto. Las tormentas geomagnéticas transformaron la atmósfera en un campo de batalla, destruyendo lo que quedaba de la tecnología humana. 

En medio de la destrucción, surgió un fenómeno inesperado. Mongolia, protegida por su ubicación en el corazón de Asia y su distancia del Vórtice de Fuego, experimentó una alineación única de corrientes magnéticas. Los científicos de Altan Nur descubrieron que la combinación del vórtice en Sudamérica y las corrientes telúricas bajo el Desierto del Gobi habían creado una especie de burbuja magnética natural. Esta burbuja desvió los vientos solares y ofreció a Mongolia una oportunidad única para sobrevivir. 

Lo que el mundo no sabía en ese momento era que la inversión del campo magnético, aunque devastadora, había revelado algo más profundo. Los ecos que Altaa y su equipo detectaron no eran simples restos de tecnología antigua; eran los latidos de un sistema diseñado para intervenir en momentos de crisis. Los misterios de Shambhala, el núcleo terrestre y las leyendas de Tengri estaban a punto de entrelazarse con las ruinas de la humanidad. 

 


Ecos de Tengri

Capítulo 2: La expedición

 

Una semana después, Altaa y Batu armaron un equipo expedicionario compuesto por tres personas más: Enkhee, una cartógrafa experta en terrenos hostiles; Saruul, un biólogo especializado en condiciones extremas; y Oyun, un antiguo explorador reconvertido en piloto de drones.

La misión era sencilla en teoría: localizar la fuente de las señales, evaluar el entorno y volver con datos. Pero todos sabían que las tormentas electromagnéticas y el entorno hostil del Gobi harían que cada paso fuera una lucha. 

La nave terrestre, un tanque blindado con ruedas magnéticas, se adentró en las dunas bajo un cielo perpetuamente turbio. Altaa, sentada en el centro del vehículo, ajustaba los monitores que recibían las señales. 

—“¿Qué esperas encontrar exactamente?”— preguntó Saruul mientras miraba por una de las ventanas blindadas. 

—“Si los patrones son consistentes, creo que los antiguos habitantes de Shambhala dejaron equipos automatizados que aún funcionan”—respondió Altaa—“Algo conectado al núcleo terrestre. Quizás un reactor que estabiliza el campo magnético.”-  

—“Eso suena como ciencia ficción, Altaa”— dijo Saruul con una sonrisa sarcástica. 

—“La inversión magnética de la Tierra fue predicha hace siglos, y ya estábamos en el límite. La idea de un reactor no es tan descabellada”—replicó Altaa con un tono firme —“Sabemos que el núcleo terrestre genera el campo magnético mediante corrientes de convección de hierro líquido. Si una civilización antigua entendía eso y tenía tecnología avanzada, podrían haber creado un sistema para amplificarlo y controlarlo.”-  

Batu intervino desde el asiento del conductor. 

—“Lo que me preocupa es qué tan avanzada podría haber sido esa civilización. Si dejaron algo así funcionando durante miles de años, ¿qué otras sorpresas podemos encontrar?”- 

El silencio cayó sobre el grupo mientras reflexionaban. La idea de Shambhala como un mito romántico parecía inofensiva cuando estaban en Altan Nur. Pero ahora, rodeados por el desierto implacable y el rugido distante de las tormentas, se sentía demasiado real. 

La tormenta magnética crepitaba en el cielo como un enjambre de serpientes eléctricas, bañando las dunas del Gobi en un resplandor púrpura intermitente. El tanque blindado avanzaba lentamente, sus ruedas orugas hundiéndose en la arena como si luchara contra un enemigo invisible. El aire estaba cargado de electricidad estática; cada vez que alguno de los expedicionarios tocaba el panel de navegación, recibía una leve descarga. 

En los textos antiguos y las tradiciones orales de los nómadas mongoles, los puntos de entrada a Shambhala se describían con una extraña precisión. Las historias hablaban de lugares donde "la tierra se abre y el cielo pierde su peso". Uno de esos puntos era mencionado como "La Boca del Dragón", un cañón escondido en las Dunas de Khongoryn Els, cuyas paredes vibraban con un sonido grave durante ciertas épocas del año. Otros relatos hablaban del "Ojo de la Montaña", una cueva circular en el macizo del Altái que, según las leyendas, conducía directamente a una red de túneles que conectaban con el corazón del reino subterráneo.

Altaa y su equipo estudiaron estos puntos durante semanas antes de decidirse por su destino. La señal de radio detectada era más fuerte en las Dunas de Khongoryn Els, y los datos topográficos indicaban la posible existencia de cavernas bajo la arena, accesibles solo durante los períodos de baja actividad sísmica.

El tanque blindado avanzaba lentamente por las interminables arenas del Gobi, protegido contra las tormentas magnéticas por un escudo de grafeno y pulsos electromagnéticos de baja intensidad. Era un vehículo colosal diseñado para resistir cualquier cosa, desde explosiones hasta los vientos corrosivos del desierto. El rugido de su motor era un recordatorio constante de lo lejos que estaba el equipo de la civilización, pero también de lo cerca que estaban de algo extraordinario.

Altaa observaba los instrumentos de medición con el ceño fruncido. -"La carga magnética está aumentando. Si sube otros dos puntos, tendremos que detenernos. Podría sobrecargar los sistemas del tanque."- 

Enkhee se giró hacia ella. -"¿Detenernos aquí? ¡Estás loca! Estamos en medio de un desierto con visibilidad casi nula. Si nos detenemos, somos carne de cañón para los merodeadores."- 

-"Prefiero enfrentarme a los merodeadores que a una falla catastrófica del vehículo,"- replicó Altaa, ajustando los sensores de radiación. -"Además, el blindaje del tanque está diseñado para resistir impactos balísticos, no para lidiar con tormentas geomagnéticas prolongadas."- 

Batu, el piloto, suspiró desde su asiento mientras se concentraba en el lento caminar del tanque. -"Ambas tienen razón. Pero si queremos sobrevivir, necesitamos encontrar algún lugar más estable. Según el mapa, hay un cañón a tres kilómetros al este. Podríamos refugiarnos ahí temporalmente."-  

-"Si llegamos antes de que esos locos nos alcancen,”- agregó Saruul, el biólogo, mientras ajustaba el rifle láser que llevaba sobre su regazo. 

Los merodeadores del Desierto de Gobi eran grupos de supervivientes que, tras el colapso de la civilización, se convirtieron en saqueadores y nómadas hostiles. Estos clanes errantes, descendientes de antiguos refugiados y habitantes, se organizaban en tribus violentas que atacaban a cualquier expedición en busca de recursos, combustible y tecnología. 

Vestidos con ropajes improvisados para resistir las tormentas de arena y la radiación, utilizaban vehículos adaptados y armas rudimentarias para emboscar a sus víctimas. Algunos merodeadores creían en antiguas profecías y veían a los expedicionarios como intrusos en tierras sagradas, mientras que otros solo actuaban por pura supervivencia. Su presencia añadía un peligro constante al viaje del equipo de Altaa, obligándolos a mantenerse alerta en todo momento.

El tanque se desvió hacia el este mientras su pesada estructura luchaba contra las ráfagas de arena que golpeaban como balas. No tardaron en aparecer las primeras señales de los merodeadores: pequeños destellos en el horizonte, como si alguien estuviera encendiendo fósforos en la oscuridad. 

-“¿Eso son…?”- preguntó Oyun el piloto de drones mientras ajustaba el visor de su casco. 

-“Sí,”- confirmó Batu, examinando el radar. –“Cinco… no, seis vehículos acercándose. Parece que están usando motos todoterreno.”-  

Enkhee maldijo entre dientes. –“Son rápidos, y nosotros somos un elefante en este tanque. Si se nos acercan demasiado, podrían tratar de abrirse paso por las escotillas.”- 

Altaa se levantó de su asiento y revisó las armas automáticas montadas en el tanque. -“¿Las torretas están operativas?”- 

Saruul asintió. –“Sí, pero la tormenta está interfiriendo con la precisión del sistema de puntería. Tendremos que disparar manualmente.”- 

-“Entonces que se preparen para una sorpresa,”- dijo Oyun, con una sonrisa tensa. 

Los merodeadores aparecieron como espectros a través de la cortina de arena, sus motos se iluminaban con focos improvisados que rebotaban con el movimiento. Gritaban y disparaban ráfagas de armas rudimentarias, que aunque ineficaces contra el blindaje del tanque, generaban una atmósfera de caos. 

-“¡A las armas!”- gritó Altaa, mientras el primero de los merodeadores se acercaba lo suficiente como para intentar arrojar una granada magnética hacia las ruedas del tanque. 

Oyun reaccionó rápidamente, disparando una ráfaga desde la torreta superior. El impacto hizo que el merodeador volcara su moto, lanzándolo a la arena. -“¡Uno menos!”- 

Batu maniobró el tanque con precisión, intentando sacudir a otro atacante que había logrado saltar sobre la parte trasera del vehículo. -“¡Tenemos compañía arriba!”- 

-“Voy por él,”- dijo Saruul, desenfundando su pistola de plasma y subiendo por la escotilla trasera. Desde el interior, Altaa pudo escuchar el forcejeo y los gritos amortiguados por el ruido del motor y la tormenta. Segundos después, Saruul regresó, cubierto de arena y sudor, pero ileso. 

-“Ya no tenemos compañía”- dijo, cerrando la escotilla de golpe. 

Altaa aprovechó un breve momento de calma para explicar lo que estaba ocurriendo con el clima extremo del Gobi. -“Estas tormentas magnéticas son el resultado de la anomalía sudamericana,”- dijo, mirando a sus compañeros. -“La inversión del campo magnético de la Tierra no solo afectó las brújulas y las telecomunicaciones. También está creando desequilibrios en la ionosfera, lo que genera estas tormentas geomagnéticas impredecibles. Y aquí, en un desierto con poco material conductor, el efecto es aún más intenso.”- 

-“¿Eso explica por qué todo aquí parece... vivo?”- preguntó Enkhee, señalando cómo las dunas parecían moverse bajo el efecto de las ráfagas. 

Altaa asintió. -“La arena está cargada eléctricamente. Es como si las partículas estuvieran bailando al ritmo de la tormenta. Pero eso también significa que nuestros sistemas están bajo una presión constante. Si no encontramos refugio entre las dunas durante la travesía, incluso este tanque podría sucumbir.”- 

Después de un par de días de viaje y esquivar tormentas imprevistas, el equipo llegó a las Dunas de Khongoryn Els.

Dentro del tanque, los expedicionarios discutían sus teorías. Altaa observaba las dunas que se extendían hasta el horizonte mientras su colega Oyun desplegaba un mapa holográfico sobre la mesa central. 

-"Según las leyendas,"- comenzó Oyun, trazando con el dedo un punto en el mapa, -"La Boca del Dragón debería estar justo aquí. Si los antiguos nómadas estaban en lo correcto, esa entrada nos llevará directamente a una red de túneles que conecta con el reactor. O… con lo que queda de él."- 

-"¿Y los guardianes?"- preguntó Enkhee, la cartógrafa que no quitaba los ojos del radar de proximidad. -"Si las leyendas son ciertas, ¿qué demonios son? ¿Algún tipo de sistema de defensa? ¿Robots? ¿Criaturas vivientes?"- 

-"Podrían ser IA antiguas, diseñadas por Shambhala para proteger el núcleo,"- respondió Altaa, mientras ajustaba las coordenadas en el panel de navegación. -"Piensen en ello. Si esta civilización era tan avanzada como creemos, probablemente construyeron sistemas que podían autogestionarse por miles de años."- 

-"¿Y si no eran robots?"- intervino Batu, que pilotaba el tanque. -"Las historias dicen que los guardianes 'hablan con los cielos y ven dentro del alma'. ¿Qué si eran biotecnología? Algo más… orgánico."- 

Enkhee sonrió con algo de ironía. -"Claro, como si fuéramos a encontrarnos con un dragón de carne y hueso custodiando la entrada. ¿Qué sigue, magia?"- 

-"Lo que sea,"- dijo Altaa, con la mirada fija en la ventana blindada del tanque, -"esos guardianes están ahí para asegurarse de que solo lleguen los que tengan un propósito justo. O tal vez, solo los que sepan cómo arreglar lo que ellos dejaron atrás."- 

El desierto de Gobi se extendía como un océano dorado bajo un cielo grisáceo y cargado de electricidad. Las dunas parecían moverse con vida propia, esculpidas por vientos que silbaban como un lamento eterno. De vez en cuando, el tanque pasaba junto a restos de estructuras antiguas, tal vez puestos de avanzada o estaciones de monitoreo abandonadas durante los años posteriores a la catástrofe global. Las tormentas magnéticas ocasionales iluminaban el horizonte con destellos violetas, como si el cielo estuviera desgarrado.

Finalmente, alcanzaron el resguardo del cañón. Al bajar, las paredes de roca oscura ofrecían algo de protección contra la tormenta constante, y el equipo pudo tomar un respiro. 

-“Espera,”- dijo Batu, mientras inspeccionaba las paredes del cañón. -“¿Ven eso?”- 

Todos miraron hacia donde apuntaba. Había marcas talladas en la roca, patrones intrincados que parecían espirales y líneas convergentes. 

-“¿Es esto…?”- murmuró Enkhee. 

Altaa se acercó y pasó la mano por las marcas. -“Podría ser. Las leyendas hablan de símbolos que señalan la entrada a Shambhala. Si esto es lo que creo, estamos más cerca de lo que imaginamos.”-  

-“Pero si estamos cerca,”- dijo Oyun, ajustando su rifle, -“también podrían estar los guardianes.”- 

-“Entonces será mejor que estemos preparados”- respondió Altaa. 

Mientras el equipo se organizaba para explorar el cañón, la tormenta comenzaba a amainar, como si la misma naturaleza les estuviera concediendo una tregua. Pero la sensación en el aire seguía siendo inquietante, como si algo los estuviera observando desde las sombras del desierto. 

Las señales de radio eran ahora tan fuertes que parecían un zumbido constante en sus equipos.

El radar de proximidad emitió un pitido. Enkhee golpeó el panel de control con una mano firme y examinó los datos. -"Algo está a treinta metros al frente. No parece un obstáculo natural."- 

La imagen del radar mostraba una forma circular bajo la arena, demasiado simétrica para ser una roca. 

Enkhee desplegó un escáner de terreno y encontró algo extraordinario: una enorme estructura circular metálica enterrada bajo las dunas, cubierta por milenios de arena. 

—“Es artificial”—confirmó Enkhee con un tono de asombro —“Y parece... intacta.”- 

—“¿Cómo puede algo así sobrevivir tanto tiempo aquí?”—preguntó Oyun, desconfiado. 

—“Si es lo que creo, es un sistema diseñado para durar”—dijo Altaa.

-"¿Es posible que…?"- murmuró Saruul, pero Altaa lo interrumpió. 

-"Espera. Puede ser un vestigio del sistema de transporte subterráneo. O incluso… una señal de que estamos cerca de La Boca del Dragón."- 

El equipo descendió del tanque, protegidos por trajes reforzados contra los efectos del campo magnético residual. Las dunas eran suaves, pero frías al tacto, como si la tierra misma estuviera reteniendo un secreto. Batu utilizó un escáner de frecuencia para analizar el objeto enterrado. 

-"Es metálico,"- confirmó. -"Probablemente una estructura. Tal vez una de las entradas que buscábamos."- 

-"Si esto es lo que creemos,"- dijo Altaa con su voz cargada de emoción, -"entonces estamos más cerca de Shambhala de lo que pensamos. Pero necesitamos ser cautelosos. Si los guardianes existen, no podemos arriesgarnos a activar nada que no entendamos."-  

Mientras excavaban lentamente alrededor del objeto enterrado, la conversación se tornó más especulativa. 

-"Si los guardianes son IA avanzadas,"- dijo Oyun, -"¿cómo nos van a juzgar? ¿Por nuestra intención? ¿Por nuestras acciones? ¿Y si no pasamos la prueba?"- 

-"Si es biotecnología,"- agregó Enkhee, -"¿qué pasa si no es amigable? ¿Qué si nos consideran una amenaza y reaccionan en consecuencia?"- 

Batu rió secamente. -"Entonces este tanque tendrá que soportar algo más que tormentas de arena."- 

-"Sea lo que sea,"- dijo Altaa, con los ojos fijos en el monitor que mostraba el objeto desenterrado,- "Shambhala dejó esto aquí por una razón. Si realmente es un punto de entrada, significa que todavía queda algo de ellos. Tal vez incluso algo que pueda ayudarnos a reparar lo que se rompió en la superficie. Tenemos que seguir."- 

Mientras el equipo trabajaba, una extraña vibración recorrió el suelo. Era un sonido bajo, casi imperceptible, pero suficiente para que todos se detuvieran. 

-"¿Escucharon eso?"- preguntó Enkhee. 

-"Sí,"- respondió Altaa mientras su corazón latía con fuerza. -"Parece que… hemos tocado algo que no quería ser despertado."- 

La tensión en el aire era palpable mientras el equipo continuaba su trabajo, conscientes de que lo que estaban a punto de encontrar podría cambiar el curso de la humanidad. O podría ser el principio de un desafío que no estaban preparados para enfrentar.

 

 


Ecos de Tengri

Capítulo 3: El Complejo

 

El equipo trabajó incansablemente bajo el sol abrasador del desierto del Gobi. La tormenta magnética había pasado hacía unas horas, pero aún quedaban pequeñas descargas eléctricas en el aire que hacían chisporrotear el equipo. Altaa, cubierta de polvo, observaba con atención cómo Saruul y Batu excavaban alrededor de la estructura metálica que habían encontrado enterrada en la arena. 

-“¿Cómo algo así puede estar aquí en medio de la nada?”- preguntó Enkhee, mientras trazaba notas en su mapa. Sus ojos estaban fijos en el dispositivo GPS, que emitía pitidos erráticos, todavía afectado por la actividad geomagnética. 

-“Si esto es parte de Shambhala, tiene sentido,”- respondió Altaa. -“Las leyendas siempre hablan de entradas ocultas protegidas por barreras naturales o tecnológicas. Quizás estas tormentas sean más que coincidencias.”-  

-“¿Estás diciendo que estas tormentas pueden ser… artificiales?”- preguntó Saruul, deteniéndose para secarse el sudor de la frente. 

-“Es posible. Si esta civilización subterránea era tan avanzada como dicen las historias, manipular el campo magnético de la Tierra no sería tan descabellado. Al menos no para ellos”- explicó Altaa, revisando las lecturas de su espectrómetro. -“Esto no es solo metal. Hay trazas de materiales compuestos que no se encuentran naturalmente en este planeta.”-

-“Bien, entonces más vale que lo descubramos pronto,”- interrumpió Batu, golpeando el suelo con la pala. -“Porque estos ‘merodeadores’ no se van a quedar esperando si deciden seguirnos el rastro.”- 

Después de varias horas de excavación cuidadosa, finalmente revelaron lo que parecía ser una escotilla metálica circular, incrustada en la arena como un ojo ciego mirando hacia el cielo. La superficie estaba cubierta de símbolos intrincados que brillaban tenuemente cuando la luz del sol se reflejaba en ellos. 

-“Esto no es un lenguaje conocido… al menos para mí.”- murmuró Enkhee, inclinándose para inspeccionar los grabados. -“Pero tiene patrones. Podría ser algún tipo de escritura simbólica, como la usada en los primeros sistemas ideográficos.”- 

-“¿Podrías descifrarlo?”- preguntó Saruul, esperanzado. 

-“Podría tomarme semanas,”- dijo Enkhee con una sonrisa sarcástica -“pero sospecho que no tenemos tanto tiempo. Puedo interpretar las ideas generales de los mensajes agrupando los símbolos… eso aceleraría la traducción.”- 

Altaa observó los símbolos y señaló un conjunto que se repetía cerca de lo que parecía ser el borde de la escotilla. -“Si seguimos la lógica de los sistemas de ingeniería antiguos, este patrón podría indicar un punto de acceso.”- 

-“Lo que indica,”- agregó Batu, ajustándose las gafas protectoras, -“es que necesitamos algo más fuerte que nuestras manos para abrirla.”-  Señaló unas bisagras.

Oyun apareció con un soplete y un par de guantes térmicos. -“Dijiste fuerte. Aquí tienes.”-

El grupo se apartó mientras Batu y Oyun trabajaban con el soplete en las bisagras de la escotilla. El zumbido del equipo se mezclaba con los chasquidos del metal al ser debilitado por el calor. 

-“Espero que lo que sea que esté ahí abajo no sea algo que despierte de mal humor”- comentó Saruul, medio en broma, mientras limpiaba su rifle. 

-“Si lo es, espero que sea lento”- respondió Batu, sudando profusamente mientras continuaba el corte. 

Finalmente, con un crujido, las bisagras cedieron. Oyun y Batu se apartaron y con unas sogas de alta resistencia adosadas a un cabestrante del tanque, empujaron la puerta o escotilla, revelando una escalera que se hundía para llevarlos a un oscuro túnel que descendía hacia las entrañas de la tierra. 

-“¿Alguien más siente que esto es una mala idea?”- preguntó Saruul, mirando la abertura con cautela. 

-“Casi siempre son malas ideas las que llevan a los grandes descubrimientos.”- Respondió Altaa, encendiendo su linterna. -“Y si no, al menos tendremos una buena historia que contar.”- 

El equipo comenzó a descender lentamente por una escalera metálica incrustada en las paredes del túnel. Las paredes eran lisas, como si hubieran sido moldeadas en lugar de excavadas. Pronto, la luz natural desapareció por completo, y el entorno se iluminó tenuemente por una bioluminiscencia verde y azul que emanaba de lo que parecían ser líquenes u hongos en las paredes y el suelo. 

-“Esto es impresionante,”- dijo Saruul, recogiendo una muestra de los hongos. -“Estas especies podrían ser el resultado de bioingeniería. Quizás esta civilización usaba organismos vivos para iluminar sus estructuras.”-  

-“Eso explicaría por qué parecen estar ‘vivos’ incluso después de siglos, o quizás milenios,”- agregó Altaa. 

El grupo descendió en silencio por un momento, escuchando el eco de sus propios pasos en los túneles. 

Avanzaron por el túnel hasta encontrarse con una puerta masiva, flanqueada por dos estructuras que parecían estatuas humanoides. Los "guardianes" mencionados en las leyendas de Shambhala. Sus ojos brillaban débilmente, y sus cuerpos metálicos estaban cubiertos de grabados similares a los de la escotilla. 

-“¿Guardianes?”- murmuró Enkhee, acercándose con cautela. 

-“No creo que esas estatuas sean simples adornos,”- dijo Oyun, apuntando a uno de los guardianes con su magnetómetro. -“Miren.”- 

La pantalla del display mostró que las estatuas emitían una débil señal electromagnética, como si estuvieran en un estado de reposo. 

-“Podrían ser robots de vigilancia,”- dijo Altaa.

Batu miró la puerta, que no tenía cerradura visible. -“¿Cómo demonios la abrimos?”- 

-“Déjenme probar algo,”- dijo Oyun, desplegando un láser de uno de los drones de exploración que llevaban. Dirigió el rayo hacia uno de los símbolos en la puerta, y la estructura comenzó a emitir un zumbido bajo. 

-“Creo que la acabas de despertar”- dijo Saruul con preocupación. 

-“Perfecto”- dijo Batu, cargando su arma. -“Esperemos que sea amigable.”- 

La puerta comenzó a abrirse lentamente, revelando una vasta caverna iluminada por una combinación de bioluminiscencia y tecnología avanzada. Drones y robots antiguos se movían en silencio por el lugar, como si nunca hubieran dejado de cumplir su propósito original. 

-“Bienvenidos a Shambhala”- susurró Altaa, con los ojos llenos de asombro.    

Frente a ellos se alzaba el reactor: una inmensa esfera metálica suspendida por columnas de un material desconocido, con una red de cables brillando tenuemente como venas de energía. Alrededor del reactor había lo que parecía ser un centro de mando, con puestos de trabajo y consolas que recordaban los de un centro espacial, aunque sus diseños eran inusualmente estilizados y minimalistas, casi alienígenas.

Robots semihumanoides, cubiertos de polvo pero todavía funcionales, se movían con precisión por el área, algunos ajustando paneles y otros realizando tareas que eran imposibles de interpretar. En cuanto los protagonistas pusieron un pie dentro del reactor, los robots detuvieron sus movimientos y sus ojos luminosos se tornaron de un azul suave a un rojo intenso.

-“Creo que no les gustamos”- murmuró Batu, quien dejó caer su mano instintivamente sobre su arma.

-“¡No hagas nada impulsivo!”- dijo Altaa mientras observaba a los robots acercarse lentamente. -“Estos sistemas parecen ser diseñados para proteger el reactor. No creo que sean hostiles a menos que hagamos algo que perciban como una amenaza.”-

-“¿Y qué crees que perciban como una amenaza? ¿Respirar?”- bromeó Saruul, intentando aligerar la tensión mientras se pegaba a una de las columnas para evitar que los robots lo rodearan.

Oyun, que ya había lanzado uno de sus drones para explorar el área, observó las imágenes proyectadas en su pantalla. -“Parece que están respondiendo a nuestra presencia. Hay un patrón en cómo se mueven… Podría ser algún tipo de prueba o evaluación.”-

-“Eso tiene sentido,”- respondió Enkhee mientras inspeccionaba una consola cubierta de símbolos. -“Miren esto. Estas inscripciones parecen tener una conexión con el concepto de intención. Tal vez están evaluando si somos una amenaza o no.”-

-“¿Un sistema de validación?”- preguntó Batu, incrédulo. -“¿Qué clase de evaluación empleará un sistema milenario?”-

-“Un sistema que protege algo invaluable.”- contestó Altaa, acercándose a la consola. -“Si este reactor es la clave para estabilizar el campo magnético de la Tierra, su diseño tenía que asegurarse de que solo personas con las mejores intenciones pudieran intervenir.”-

Mientras hablaban, uno de los robots se colocó frente a Altaa. Sus ojos proyectaron un haz de luz que escaneó su rostro. De repente, el robot emitió un sonido mecánico similar a un zumbido y señaló la consola frente a ella. Apareció una línea de texto en el antiguo idioma de Shambhala.

-“¿Qué dice?”- preguntó Saruul, mirando nervioso a los demás robots que los rodeaban.

Enkhee se acercó rápidamente, estudiando el texto. -“Parece un mensaje de advertencia. Parece decir que el reactor está en modo de alerta porque el combustible está casi agotado. Parece que… envía señales de radio como llamadas de auxilio. ¡Esos eran los Ecos de Tengri!”-

Altaa asintió. -“Eso tiene sentido. Las señales de radio eran una alerta para que alguien viniera y realimentara el reactor.”-

Saruul dijo –“El campo magnético depende del movimiento del hierro fundido en el núcleo externo. Si no hay suficiente energía para mantenerlo, el flujo se detiene y el campo colapsa.”-

-“Entonces, ¿qué hacemos ahora?”- preguntó Batu, todavía alerta.

Altaa respiró hondo y miró la consola. -“Necesitamos descifrar cómo comunicarnos con estos sistemas para buscar información.”-

Los monitores proyectaban diagramas del reactor y del núcleo terrestre, confirmando lo que temían: sin el isótopo adecuado, el campo magnético colapsaría en una decenas de años, provocando una catástrofe planetaria. 

-“Ahí está,”- dijo Enkhee, señalando un mapa holográfico. -“Las cámaras de almacenamiento del combustible están aquí, en estas salas secundarias.” -

Batu frunció el ceño. -“No será fácil. Están custodiadas por sistemas de seguridad que llevan intactos cientos de miles de años. Ni hablar de la radiación de esas salas.”-

-“¿Qué clase de isótopo estamos buscando exactamente?”- preguntó Saruul, revisando la data que había descargado en su terminal portátil. 

Altaa ajustó sus gafas y estudió los datos. -“Por su composición, parece ser un isótopo raro de uranio, tal vez un U-232 o algo aún más exótico. Su vida media es lo suficientemente larga como para haber alimentado el reactor durante 300.000 años, pero ahora está en los últimos momentos de su degradación.”-  

-“Eso explica por qué el sistema entró en alerta,”- murmuró Oyun. -“Pero si no podemos entrar a las cámaras, da igual si el combustible está ahí.”-

Batu golpeó la consola con frustración. -“No hay manera de burlar los sistemas de seguridad sin activar algún protocolo de defensa.” -

Hubo un silencio tenso hasta que Oyun levantó la mirada de su dron. -“Quizá no tengamos que burlar nada. Si un dron entra y lo activa manualmente, los propios robots de mantenimiento podrían hacer el trabajo por nosotros.”-  

-“¿Y la radiación?”- preguntó Saruul. 

-“Los niveles ahí dentro son letales para cualquier ser vivo,”- confirmó Altaa, -“pero un dron podría soportarlo… al menos por un tiempo.”- 

Oyun suspiró y tocó la carcasa de su dron más avanzado. -“Este tiene el mejor blindaje contra la radiación. Si alguien puede hacerlo, es él.”- 

-“Pero no sobrevivirá,”- murmuró Batu. 

-“No,”- admitió Oyun con pesar. -“Pero si no lo hacemos, el planeta tampoco.”- 

Desde la sala de control, el grupo observó en los monitores cómo el dron se deslizaba por los corredores hacia la cámara del isótopo. Al llegar a la puerta blindada, Oyun lo guió con precisión hasta la terminal de control. 

-“Activa el protocolo manual”- ordenó. 

El dron extendió un brazo robótico y conectó sus sistemas a la consola. Durante unos segundos, la pantalla solo mostró caracteres de tipo ideográficos, hasta que una luz roja comenzó a parpadear. 

-“La radiación está aumentando,”- advirtió Enkhee. -“Si el dron no lo consigue en los próximos tres minutos, se desintegrará.”- 

Las cámaras mostraron cómo los sistemas de seguridad detectaban la anomalía. Uno de los robots de defensa se activó y se giró hacia el dron. 

-“¡No, no, no, no!”- exclamó Oyun, maniobrando desesperadamente para evadir el escáner del robot. 

El dron lanzó un pulso electromagnético, desactivando temporalmente la defensa. Con un último impulso, logró desbloquear el sistema. Los viejos robots de mantenimiento cobraron vida y comenzaron a trasladar el isótopo a la cámara del reactor. 

Pero el dron no logró escapar. Su carcasa empezó a emitir chispas y su señal de transmisión se cortó abruptamente. 

Oyun apretó los dientes. -“Buen trabajo, viejo amigo.”-  

El reactor comenzó a brillar con una intensidad cegadora mientras el isótopo era introducido en su núcleo. Desde la sala de control, los instrumentos indicaban que el campo magnético estaba en proceso de restauración. 

-“Los cálculos indican que el restablecimiento del núcleo fundido tardará varias décadas,”- informó Altaa. -“Pero hemos evitado el desastre.”- 

Un sonido profundo resonó en todo el complejo. En las pantallas, líneas de texto en la antigua lengua de Shambhala comenzaron a parpadear. 

-“¿Qué dice?”- preguntó Batu. 

Enkhee leyó en voz alta: -“Protocolo de cierre activado. Restauración finalizada. Sistemas en off”- 

-“¿Qué significa eso?”- preguntó Saruul, preocupado. 

Altaa tragó saliva. -“Significa que el dron no solo reactivó el reactor. También activó el apagado de los sistemas de Shambhala.”-  

Las luces comenzaron a apagarse lentamente. Las pantallas se volvieron oscuras. Uno a uno, los robots de mantenimiento y defensa cesaron sus funciones y se quedaron inmóviles. 

 Oyun murmuró -“Todo este lugar… ¿se apagará para siempre?”-  

-“No lo creo. Reposará por otros 300.000 años hasta que se agote el combustible nuclear nuevamente. Allí se re-encenderá la señal de alerta y se activará nuevamente el sistema.”- dijo Altaa. 

Cuando la expedición regresó a la base de Altan Nur, fueron recibidos como héroes. El mundo entero pronto conocería su historia, pero para Altaa, la victoria se sentía agridulce. 

En su laboratorio, revisó por última vez la única frase que quedó registrada en su terminal antes del apagón total de Shambhala: 

-“El sistema del reactor fue creado para proteger a la posteridad. La sabiduría es un don que lleva una responsabilidad para las generaciones siguientes."- 

Suspiró, sabiendo que su vida nunca volvería a ser la misma. Se prometió que dedicaría lo que le quedaba de tiempo a preservar el conocimiento de Shambhala y asegurarse de que la humanidad nunca perdiera su legado. 

FIN




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